¿Qué tanto cambiaría la educación si los estudiantes saben por qué aprenden todo lo que aprenden de manera puntual, y detallada en competencias?
La chicharronera es quizás la fórmula matemática más famosa en nuestro país. Mi maestro de matemáticas de segundo de preparatoria, nos contó que se llama así porque incluso la chicharronera de la esquina se la sabe.
Dejando por detrás el chiste pseudo-discriminatorio, la chicharronera fue y continúa siendo uno de los contenidos bases en la educación media de toda persona. En estas épocas de las redes sociales y el internet, se ha convertido también en fuente de crítica y burla al sistema educativo de nuestro país.
¿Cuántas veces has utilizado la dichosa fórmula en tu vida diaria? Ciertamente la gran mayoría de las personas pasan una vida entera sin utilizarla. Entonces, ¿para qué enseñarla? ¿cierto? La pregunta que los estudiantes hacen, las personas en general hacen, es ¿por qué nos enseñan lo que nos enseñan? O en este caso específico ¿por qué nos enseñan la chicharronera?
Las escuelas, sean las públicas con los más bajos recursos, o las privadas con el mayor prestigio, hacen un terrible trabajo enseñándonos el “porqué” de lo que nos enseñan. Clásicas son las respuestas como “porque lo van a necesitar…” o “sin esto no podemos avanzar a contenido más complicado” o respuestas de ese estilo. Uno no necesita ser filósofo para distinguir entre el por qué inmediato, y el por qué profundo, complicado y constructivo detrás de la pregunta ¿por qué nos enseñan la chicharronera?
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¿Qué buscan las escuelas y sistemas educativos desarrollar a partir de la enseñanza de fórmulas prácticamente inservibles en la vida diaria, conocimientos fácilmente olvidables o altamente accesibles con un rápido googleo, o el análisis de lecturas “clásicas”?
Competencias. Eso es lo que buscan. Buscan desarrollar competencias en los estudiantes, principalmente actitudes, habilidades, y conocimientos.
Enseñarnos la chicharronera busca desarrollar la habilidad de identificar situaciones complejas que pueden ser resueltas a partir de fórmulas ya comprobadas, la habilidad de aplicar conceptos prácticos en conceptos abstractos, y del otro lado la habilidad de extraer un problema práctico y convertirlo en un problema abstracto para entenderlo mejor. Esto suena mucho más práctico… ¿no?
Nuestro problema, y digo nuestro porque yo también me incluyo en esa población de estudiantes que mencioné al inicio es que: uno, no nos enseñan el por qué aprendemos lo que aprendemos; y dos, consideramos que la metodología por la cuál buscan que desarrollemos esas competencias no es la adecuada.
¿Qué tanto cambiaría la educación si los estudiantes saben por qué aprenden todo lo que aprenden de manera puntual, y detallada en competencias? ¿Cómo sería la actitud de los estudiantes ante una clase de música si supieran que la clase busca desarrollar sus habilidades creativas, de trabajo en equipo, y de escucha activa? ¿O de español, entendiendo el lenguaje como la herramienta que más utilizamos y mientras mejor lo conozcamos y lo practiquemos, mejores nuestras habilidades de exposición y negociación?
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Quizás el cambio no sería tan radical, especialmente si seguimos con un sistema cuya metodología se enfoca principalmente en el desarrollo de conocimientos y no también en el de las actitudes y las habilidades. Tal vez no solo tenemos que explicitar el por qué enseñamos lo que enseñamos, y aprendemos lo que aprendemos; sino también cambiar lo que enseñamos, y el cómo.
¿Tu que opinas? ¿Te unes a la revolución educativa?
Por: Gonzalo León
Jóven filósofo especializado en filosofía de la educación. Ha dado conferencias, cursos y talleres en grupos multiculturales por todo el mundo, generado programas educativos de alto impacto en organizaciones como CISV Internacional, CISV Mexico, y CEGAM.
Actualmente es socio y el Arquitecto de Magia en Dédalo, una empresa mexicana dedicada a transformar la educación en México.
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