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Para mi abuelo

Eras un café recién hecho por las mañanas, una gorra para desayunar para fingir que no estabas despeinado. Del baño hacías gran espectáculo: loción puesta, uñas bien cortadas, perfectamente rasurado y crema en todo el cuerpo aunque no fueras a salir.


A medio día, ya eras un libro en cada cuarto, un artículo en internet, ordenar antiguas fotos, y música de fondo en toda la casa, también era un baile con la bomba del agua y el boiler. Era preparar una botana y un tequila con limón antes de la comida.


Eras un examen de matemáticas en la sobremesa, anécdotas de la obra y de tus amigos con apodos, mientras saboreabas salivando el “carrito de los postres”, eran también recuerdos de viajes, extractos de libros, preguntas difíciles y conversaciones fáciles.


Eras una estación de radio por las tardes, acompañadas de tu siesta “trompuda”, un clavado en la computadora para leer, salir a regar tus plantas y a escondidas entrar a la cocina por algún dulce que después culparías de su desaparición a la última visita.


Eras un despacho con los diplomas de tus hijos, fotos de tu esposa en el escritorio, algún mapa a la mano, y el zumbido de tu computadora. Era el recuerdo de una hija perdida, y su gorro decorando el espejo.


Eras un partido de beis antes de la cena, un noticiero a todo volumen que te arrullaba algunas veces, era una película de la mano de ella, –siempre de la mano de ella–, y un pan dulce de merienda.


Eras un libro antes de dormir, y muchas veces en tus noches de insomnio, eras el que empezaba otra vez de nuevo al amanecer, eras quien logró, después de años, disfrutar de su rutina, de su casa y de la tranquilidad, que por muchos años te ganaste y te costaron.

Era de pocos abrazos, pero de muchos cariños, dos palmadas en la espalda eran de profundo amor. También de pocas palabras, pero muy atinadas. Eras de humor negro, muy escatológico, de risa honesta y contagiosa.


Pero más importante que todo eso; eras quien hacías llorar de la risa diario a tu esposa, quien se sentía orgulloso de cada uno de sus hijos, quien se sabía el chisme de todos sus nietos, y preguntaba cada que podía por sus bisnietos, pidiendo que les mandaras las fotos por correo.


Para mi, eras quien me enseñó a bolear zapatos, a entender el beis, a estar aprendiendo siempre, a escuchar más que hablar –aún no domino este último–, a compartir lo que sé, pero no ser arrogante, a dejarse consentir, pero no ser un cómodo, a temblar ante las injusticias y no hacer juicio sin sustento. Eras mi Abuelo.


Salúdame a mamá, rían mucho con chistes inapropiados, anécdotas nuevas e historias viejas.

Que bien se la van a pasar juntos en Neptuno.

Buen viaje Ingeniero.


 

Por: Lecu (o Santiago Lecumberri)

Líder fundador y maestro Jedi de Dédalo, más idealista que emprendedor, Licenciado en Psicología, Maestro en Desarrollo Empresarial, Educación y Psicoterapia Familiar, nunca deja de estudiar, a menos que sea para jugar -juega mucho-, experto en mazapanes y nieve de limón, ganó en preescolar como el mejor artista del salón Kinder 2 Rojo


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