top of page

No es TDAH, es una vida sin instrucciones: cómo encontrar estructura en el caos

A veces me pasa que estoy bien, y de pronto ya no.


No por algo grave, ni dramático.


Sino por algo tan simple como perder mis audífonos.


Sí.


Mis audífonos.


Esos que cargo todos los días, que uso para trabajar, concentrarme, correr, moverme, vivir.


Y aunque suene exagerado…


me doy cuenta de que no me duele tanto el objeto.


Me duele perder el sistema que me ayudaba a funcionar.


Y ahí me cae un veinte importante.


Yo soy una persona con déficit de atención.


Lo he dicho varias veces.


No como excusa, sino como parte de lo que soy.


Y aunque también creo que es uno de mis superpoderes —porque me permite crear, conectar rápido, pensar distinto—


también es una fuente constante de frustración.


Porque el nombre "déficit de atención" se queda corto.


La mayoría de la gente piensa que es “no poder concentrarte”.


Pero no es eso.


Es querer hacer algo.


Tener clarísimo lo que tienes que hacer.


Incluso tener ganas.


Y aún así no poder hacerlo.


Eso no lo entiende quien no lo ha vivido.


Leí hace poco que un experto propone otro nombre:


Disfunción ejecutiva.


Y tiene más sentido.


Porque no es que no puedas pensar, sentir o decidir.


Es que tu capacidad de pasar a la acción depende de otros estímulos, de otras estructuras, de otros atajos.


Por eso, cuando algo que forma parte de tu sistema desaparece —como tus audífonos—

no estás perdiendo un objeto.


Estás perdiendo una pieza clave del mecanismo que te sostiene.

Mis audífonos no solo me daban música.


Me daban silencio, enfoque, energía, presencia, dopamina.


Eran parte del sistema que me permite entrar en modo alto rendimiento.

Y por eso duele más de lo que parece lógico.


Porque para las personas neurodivergentes como yo, los sistemas no son un lujo, son una necesidad.


Y aquí otra reflexión.


Cuando en mis programas o en sesiones con empresas hablo de equipos complementarios,

muchos piensan que me refiero a perfiles académicos distintos.


Un ingeniero, un diseñador, un financiero, un comunicólogo.


Pero no.


Complementarse también es tener formas de pensar diferentes, cerebros distintos, procesos no lineales.


Porque el verdadero trabajo en equipo empieza cuando entendemos que no todos operamos igual.


Y que hay personas que necesitan estructuras que tú no necesitas.


Y que hay personas que funcionan distinto, y no por eso peor.


Yo, por ejemplo, necesito música para leer.


Silencio para escribir.


Movimiento para pensar.


Y sí: un sistema para no caer en el caos.


Y cuando pierdo una parte de ese sistema…


sí, me entristezco.


Y no pasa nada por decirlo.


Así que nada.


Este post era para recordarme —y quizá recordarte a ti también—


que los sistemas personales no se negocian.


Y también, para pedir que si te sobra tantita generosidad…


me deposites para mis nuevos audífonos.


Ya es casi mi cumpleaños.


Gracias por tu atención.


(O por fingir que me leíste completo, se vale.)


Con mucho cariño, y sin audífonos


Lecu

Comentarios


Dédalo México® 2025

bottom of page