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Sólo dibujo girasoles

Si me conocieras, sabrías que dibujo girasoles.


No soy artista.


No estudié pintura.


Y la verdad… no tengo mucho talento para el dibujo.


Pero dibujo girasoles.


Una y otra vez.


No porque me salgan bien.


Sino porque me hacen bien.


Mi mamá fue una profesionista exitosa.


Llegó a ocupar puestos importantes en empresas muy grandes, lideraba equipos, creaba sistemas, hacía que todo funcionara.


Era administradora, brillante.


Pero lo que realmente la emocionaba —su refugio, su disfrute— era el arte.


Durante años, su hobbie fue pintar.


De niños, nos hacía dibujos de las cosas que nos gustaban.


Caricaturas, flores, paisajes.


Y aunque pasaron muchos años antes de que se atreviera a tomar un lienzo en serio, un día se animó.


Pincel, óleo y valor.


Empezó a pintar. De verdad.


Y me tocó verla avanzar.


Pasó de alumna principiante a formar parte de un grupo de pintores guiados por un maestro que era más bien acompañante.


Uno de esos que no corrige, sino que te observa y te inspira a ver mejor.


Con los años, sus cuadros mejoraron increíblemente.


Y con ellos, su conexión con ella misma.


Tal vez por eso, desde chico, también quise dibujar.


Pero a diferencia de ella, nunca tuve la facilidad.


Ni el trazo, ni la técnica.


Pero descubrí otra cosa:


dibujar me tranquiliza.


Me hace sentir menos abrumado.


Me regresa a mí.


Cuando estudié psicología, entendí mejor por qué.


El arte —dibujar, pintar, moldear, escribir, tocar música—


no es solo una expresión creativa.


Es una forma de acomodar emociones.


Especialmente la tristeza.


Porque la tristeza, si la dejamos, hace su trabajo.


Nos obliga a parar. A mirar hacia dentro. A ponerle nombre a lo que duele.


Y el arte ayuda con eso.


Ayuda a dejar que la emoción fluya, sin que te desborde.


La pone en su lugar, sin que se vuelva el centro de todo.


Así que me propuse algo:


cada vez que una emoción me sobrepase… voy a dibujar.


Pero como no soy excelente dibujando,


decidí dibujar una sola cosa.


Una y solo una.


Hasta que me salga bien.


Hasta que me sienta cómodo ahí.


Elegí los girasoles.


Son mi flor favorita.


Me encantan sus colores, su estructura.


Y sobre todo… lo que simbolizan.


Buscan el sol. Siempre.


Incluso en la oscuridad, siguen su memoria.


Además, en dibujo puedo hacerlos tan complejos como quiera,

o tan simples como necesite.


Y eso me gusta.


Porque hay días que estoy para trazo suelto,


y otros días para sombra y detalle.


Tal vez un día me anime a dibujar otras cosas.


Quizá flores nuevas, caras, manos, historias.


Pero por ahora…


seguiré dibujando girasoles.


Cada vez que algo me abrume.


Cada vez que algo me duela.


Cada vez que me desborde lo que siento.


Y así, poco a poco,


volver a poner todo —otra vez— en su lugar.


Lecu

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