Por qué me incomoda que me digan “maestro” y qué revela sobre el ego y el aprendizaje
- Santiago Lecumberri
- 18 jun
- 2 Min. de lectura
El sábado pasado, por fin recogí mi título de la maestría.
Después de casi dos años de haber presentado (y pasado) mi examen profesional.
Entre una cosa y otra, entre burocracia, trámites, papeles y tiempos muertos… el título ya está. Oficialmente lo tengo.
Y aunque es mi segunda maestría…
Puedo decirlo con todas sus letras: odio que me digan maestro.
Nunca me ha interesado que me llamen licenciado. O maestro. O cualquier otro título académico. De hecho, cualquier otro título me sobra.
A mí, me encanta que me digan Lecu.
Porque soy muy consciente del proceso tan, tan profundo que me ha costado poder decirme así.
No Santiago, como me pusieron mis papás.
No Lecumberri, como me heredaron.
Lecu. Porque Lecu sí soy yo.
Convertirme en Lecu ha sido lo más difícil que he hecho.
Y lo más importante.
Más que estudiar dos maestrías. Más que aprobar exámenes. Más que coleccionar diplomas.
Ser Lecu ha requerido una inversión gigante de energía, de esfuerzo, de horas de terapia, de ensayo y error, de caídas y reinvenciones.
Y Lecu sigue en construcción.
Pero cada día me obligo y me esfuerzo más por que la nueva versión de Lecu —la 30.0, que está a punto de salir— sea emocionante. Sea increíble. Sea lo que quiero ser. Para mí. No para cumplir con expectativas externas, sino para cumplir con las mías.
Ojo: sigo estudiando.
Estoy en medio de mi tercera maestría.
Y en no sé cuántos cursos, diplomados, formaciones adicionales.
Peeeero… no soy lo que estudio. No soy el título que tengo.
No es lo mismo tener una maestría, que ser maestro.
No es lo mismo haber cursado psicología, que ser psicólogo.
No es lo mismo tener magia, que ser mágico.
Y yo quiero ser eso último. Una persona mágica.
No por lo que sabe.
Sino por cómo vibra. Por cómo se entrega. Por cómo se emociona con las historias emocionantes de los demás.
Por cómo llora cuando algo le conmueve (aunque ni conozca a la persona). Por cómo busca
magia donde nadie más la ve.
Por como busca rodearse de personas mágicas.
Y por cómo no deja de aprender, ni de compartir lo que va aprendiendo.
Entonces sí: ya tengo otro título de maestría.
Pero aún no tengo mi título de “Lecuˮ.
Ese no me lo entrega una universidad.
Ese me lo voy ganando todos los días.
Y ese… sí que me importa.
Porque maestro no soy.
Y Lecu soy.
Komentáře